martes, 30 de septiembre de 2008

Texto enviado por Belén Luján, 4º año.

Me enseñaste…
En el momento menos pensado, pero a su vez el mas difícil; llegaste a mi vida… No se muy bien si fue pura casualidad o quizás nuestro destino ya estaba escrito, y debías cruzarte en mi camino en ese mismo instante.
Una tarde soleada y casi sin darme cuenta, miré tus ojos y vos los míos… En ese segundo sentí que te conocía de toda la vida; tu mirada me inspiraba confianza, apoyo y consuelo… De a poco empezé a quererte hasta llegar a amarte sin medida.
Te convertiste en mi compañero de risas, de los momentos más felices; pero también en mi compañero de lágrimas y momentos tristes. Supiste estar en cada momento y en los que más lo necesitaba…
Cuando necesité hablar con alguien, me prestaste tu oído para escucharme. Cuando necesité un consejo, me hablaste como nunca nadie lo había hecho, haciendome ver las cosas de otra manera. Cuando estaba a punto de caer, me tendiste tu mano para que me sostenga. Cuando necesité cariño, me abriste las puertas de tu corazón y me brindaste todo lo que había en el. Cuando estaba triste, supiste cambiar mis sentimientos con una simple, pero sincera sonrisa. Cuando estaba felíz, te convertiste en parte de ella y la compartiste conmigo…
Con el tiempo te convertiste en una parte de mí, sin la cual no podría vivir. Ocupaste un lugar en mi corazón que nadie nunca podrá sacarte…
Me enseñaste a ser felíz con simples y pequeñas cosas. Me enseñaste que el tiempo todo lo cura, y que hasta la herida más grande de tu corazón podría sanar. Me enseñaste que los vacíos de tu alma, pueden volver a llenarse si el amor vuelve a tu vida. Me enseñaste a quererme a mí misma, a valorarme, a respetarme y a hacerme respetar. Me enseñaste que un gesto de amor vale mucho más que algo material. Me enseñaste que, al fin y al cabo, a las palabras se las lleva el viento y que los sentimientos son verdaderos solo si los demuestras y los dejas guardados en el corazón. Me enseñaste que hay que saber esperar, que las cosas ocurren por un motivo y si tienen que suceder, sucederán, pero a su debido tiempo. Me enseñaste a ser fuerte, y a resistir desde un piedra fácil de correr, hasta una muralla casi imposibe de derrumbar en tu camino. Me enseñaste que si amas realmente, dejas una marca imborrable en su corazón que llevará consigo para siempre. Me enseñaste a perdonar hasta lo imperdonable… Me enseñaste que la vida es corta y es una sola, y hay que saber aprovecharla; pero también me enseñaste que puede darte golpes que crees imposibles de superar y que te causan un dolor inmenso en tu corazón, pero ese dolor disminuye con el tiempo y puedes volver a ser felíz. Me enseñaste a valorar cada instante compartido, y a no guardarme nunca un sentimiento, porque nunca sabrás cuándo será la última vez que podrás decir TE QUIERO. Me enseñaste que las cosas no se olvidan, pero que con el tiempo pierden importancia, a pesar de que quedan grabadas en algún rincón de tu corazón al que algún día, o quizás nunca, acudirás. Me enseñaste que solo recibimos si brindamos todo lo que tenemos a nuestro alcance, y que hay más felicidad y satisfacción en dar que en recibir. Me enseñaste que ningún sueño es imposible si lo deseas real y sinceramente desde lo más profundo de tu corazón y tu alma. Me enseñaste que tengo muchas cosas por vivir, por las que debo seguir adelante, muchas metas por llegar y muchos sueños por cumplir.
Me enseñaste, simplemente… que las cosas más importantes suceden cuando menos te las esperas, y que las cosas más bellas del mundo, no se ven ni se tocan, solo las puedes sentir en tu CORAZÓN…

Belén Luján – 4º año 2008

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